domingo, 16 de agosto de 2009

La figura blanca

Cuando era niño, aquello aun no tenía la forma que tiene ahora. Al principio apenas podía verlo en un espejo muy claro y con buena iluminación. A mi derecha, por encima de mi cabeza, estaba esta borrosa mancha blanca, muy pequeña y muy tenue. Podía haber sido que el espejo estuviera empañado en esa parte, y eso fue lo que pensé la primera vez que lo vi. Cuando me le acerqué al espejo, la mancha había desaparecido, como cuando se le quita lo empañado a un cristal, lo que según yo confirmó mis sospechas. Sin embargo, volví a verlo al poco tiempo. La siguiente vez era una mancha un poco más visible, pero aun no era nada que llamara demasiado la atención. Me acerqué de nuevo al espejo para limpiarlo y la mancha ya no estaba. Esta vez me alejé, y la mancha apareció de nuevo. Le pedí a mi hermana que se acercara a ver, pero me dijo que no había ninguna mancha y que probablemente yo necesitaba lentes. No solía usar mucho los espejos, porque siempre me han provocado una sensación desagradable. No sé cómo explicarlo, pero sentía como si lo que viera en ellos no fuera real por completo. Así que me olvidé por completo del asunto por un buen tiempo, sin darle importancia alguna.

La siguiente vez que vi un espejo con suficiente luz, me quedé paralizado por varios segundos. La mancha que había olvidado, ahora era mucho más visible. Tenía una forma casi completamente redonda, blanca, del tamaño de un plato. Y además, tenía una corta línea horizontal a un cuarto de su altura total, en el centro. Y estaba flotando sobre el mismo lugar que la vi antes. Cuando le pedí a mi familia que se acercara a ver, me dijeron que no había nada ahí. Me convencí de que debía ser mi imaginación, que debía haber estado muy cansado, y mi vida continuó normal como siempre lo había sido. Pero lo volví a ver.

La siguiente vez que aquello apareció, fue en casa de un amigo, en el espejo de su baño. De inmediato le llamé gritando, y cuando llegó, tampoco vio nada. Me dijo que me acostara, pues me veía pálido, y debo haberlo estado. Aquella cosa ahora tenía ojos. O más bien, le hacían falta ojos. La forma casi redonda de antes ahora se había alargado hasta formar un óvalo estirado verticalmente, y tenía dos manchas negras que parecían cuencas oculares vacías. La línea horizontal que vi la vez anterior era una boca. Esa fue la última vez que hablé de ello.

Ahora podía verlo en casi cualquier superficie reflejante. Espejos, ventanas, metales pulidos, pantallas apagadas, e incluso en mi reloj de pulsera, si lo ponía en el ángulo correcto. Aquella cosa nunca se iba, y tampoco parecía tener ninguna intención más que la de seguirme. Cada vez que la veía cambiaba un poco su forma. Parecía que le estaba creciendo un cuello, largo y delgado hacia abajo. Y un día, los huecos negros en su cara se volvieron blancos, rodeados con un contorno negro. Le habían salido los ojos que le hacían falta. Desde entonces, comenzó a pasar otra cosa que me perturbó aun más…

Como siempre, veía ese rostro humanoide, pálido e inexpresivo, siguiéndome a todas partes, reflejándose en cada superficie posible, sólo para mí. Pronto, la delgada línea que le servía de boca se había alargado y curvado hacía arriba en ambos extremos. Me estaba sonriendo. Y me seguía mirando, con sus ojos muertos, blancos y desproporcionados…

Por esos días, mi hermana empezó a tener problemas. Teníamos varios parientes que habían desarrollado una rara enfermedad mental. Empezaban a perder la cordura, hablar incoherencias, a gritar y a perder el control de sus extremidades. Y mi hermana empezaba a tener los primeros síntomas. A veces se quedaba mirando a la nada por largos ratos, olvidaba cosas que acababan de pasar, y se despertaba gritando.

Para cuando tenía yo 23 años, estaba terminando la carrera, así que tenía tiempo para cuidar a mi hermana. En el transcurso de varios meses, Mi hermana empeoró considerablemente, hasta el punto en que teníamos que hacer casi todo por ella. Pronto mi vida empezó a girar en torno a ella. Llegué a pasar días enteros con ella en su habitación. Todavía podíamos hablar, aunque a veces ella perdía súbitamente el hilo de la conversación, aun cuando fuera ella misma quien hablaba. Dejé de tener tiempo para nada por atender a mi hermana.

Un día volví a ver aquella cosa que me seguía. Ahora parecía tener un cuerpo, aunque no se le veían extremidades, solamente un tronco sobre el cual tenía el cuello y la cabeza. Pero ya no estaba sonriendo. De nuevo tenía su deforme rostro inexpresivo. Ya no me sorprendió en lo absoluto, pues no sólo me había acostumbrado, sino que tenía preocupaciones de mayor prioridad. Y se lo dije.

-No tengo tiempo para esto…

Los ojos de aquella cosa se llenaron de grietas rojas, como venas, y su boca se curvó hacia abajo. De las grietas de sus ojos y de su boca se derramó algún líquido oscuro que no pude identificar, y sin hacer ningún ruido, se desvaneció… Pensé entonces que tal vez todo lo que tenía que haber hecho desde el principio era ignorarla, y me dejaría de seguir. Regresé con mi hermana a su habitación, y en cuanto entré se me quedó mirando y me sonrió. Era una sonrisa que nunca había visto en ella, nerviosa, como desesperada por algo.

-Hermano… no me dejes, por favor…

-¿Qué dices? Nunca te dejaría.

-… eso pensé…

Su expresión volvió lentamente a la normalidad, y se me quedó mirando por varios segundos antes de volverme a hablar.

-Oh… has vuelto…

Me senté en la cama para abrazarla.

-Sí. Estoy contigo.

Me sentía terrible por ella. Su condición claramente empeoraba, y no había nada que pudiera hacer, excepto quedarme a su lado y darle toda mi atención. Ya ni siquiera pensaba en la figura humanoide que se había desvanecido. Pero entonces mi hermana dijo algo que me dejó confundido y algo asustado.

-Hermano… se fue, ¿verdad?

Me quedé en silencio por un momento, tratando de convencerme a mí mismo de que ella no hablaba de la figura blanca.

-¿De qué hablas? ¿Quién se fue?

-No sé… ¿quién?

-…

Se lo atribuí a su enfermedad, y no volvimos a hablar de ello.

Durante los días siguientes, ella empeoró mucho más. Ya casi nada de lo que decía tenía sentido, excepto cuando me pedía que la mirara. “¡Mírame, mírame!”, repetía una y otra vez, gritando desesperadamente, a veces llorando, golpeando la cama. Yo siempre le decía que la veía, que estaba con ella, que no la dejaría, pero nunca se calmaba, hasta que quedaba exhausta y se dormía.

Un día, por fin se durmió, y no volvió a despertar…

El dolor de perder a mi hermana era apenas soportable, pero sólo porque al fin podía ella descansar.

Ha pasado cerca de un mes desde ese día. Hoy vi mi reflejo en un espejo. Y a mi espalda, a mi derecha, una figura blanca, alargada, con el cuello torcido. Con el rostro sonriente de mi hermana, esa sonrisa desesperada que sólo vi una vez en ella… Y esta vez, hablaba

-Mírame…

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